Hora de andar - Hora de andar con Malcolm Gladwell

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Malcolm Gladwell: Mi padre caminaba. Él regresaba a casa del trabajo todas las noches y pasaba una hora o más caminando, y también caminaba a la iglesia todos los domingos. Tan pronto como tuve la edad suficiente para caminar con él, lo hacía todos los domingos por la mañana, solo mi padre y yo. Creo que eran más o menos cinco kilómetros de ida y cinco de vuelta. Él nunca reducía la velocidad por mí. Así que siempre me conmovió el hecho de que asumiera que yo era lo suficientemente adulto para seguirle el ritmo. Era mi tiempo a solas con mi padre. Esa fue mi introducción a caminar, y siempre me ha parecido sagrado, supongo que esa es la palabra correcta.

[MÚSICA DE INTRODUCCIÓN]

Sam Sanchez: Es Time To Walk, donde algunas de las personas más interesantes e inspiradoras del mundo comparten las historias, fotos y canciones que han influido en sus vidas. El periodista Malcolm Gladwell es conocido por su habilidad para ver cosas que otros no ven. Ha escrito numerosos bestsellers del New York Times, incluyendo “Outliers”, y es presentador del podcast “Revisionist History”. En esta caminata, reflexiona sobre dejar de lado el juicio y por qué un poco de mediocridad puede ser algo bueno.

[SONIDO DE PASOS]

Malcolm Gladwell: Vivo en el campo, en las afueras de Nueva York, en una antigua granja lechera que, cuando la compré, estaba abandonada y cubierta de maleza. La compré con uno de mis mejores amigos, y él vive con su familia en una mitad y yo vivo en la otra, aunque un tercer amigo mío también va a construir una casa ahí. Así que supongo que es como una pequeña comuna.

Es básicamente un prado con pastos de pradera, flores silvestres, pequeños tipos de arbustos mezclados y árboles, y todo crece algo salvaje. Lo que me encanta es que en cada temporada se ve drásticamente diferente.

Esta es una historia sobre mi padre. Murió hace tres años y era un hombre extraordinario, aunque creo que es una palabra extraña para describirlo porque normalmente la usamos para describir a alguien que es evidentemente excepcional, y mi padre no lo era. Tenías que prestarle atención para descubrir qué tenía de extraordinario. Era un matemático inglés, tenía una barba grande y tupida y una cabeza muy grande, tan grande que ningún sombrero le servía. Siempre usaba camisa y corbata, incluso cuando trabajaba en el jardín, su actividad favorita. No decía mucho, pero era muy inteligente y, desde muy corta edad, esa era su característica que se destacaba para mí.

Vivíamos en este pueblo muy pequeño en la zona rural de Ontario, aproximadamente a una hora y media de las afueras de Toronto. Era el hogar de una comunidad muy grande de menonitas y amish, los cuales son grupos religiosos de base comunitaria que han decidido vivir en el siglo XVIII: montan a caballos y con carruajes, sin electricidad, visten solo de negro y las mujeres usan vestidos de cuadros.

El domingo por la mañana mirábamos por la ventana y veíamos una larga fila de caballos y carruajes. Eran los menonitas que iban a la iglesia. Esa era nuestra realidad.

Poco después de mudarnos a Canadá, a esta ciudad, se incendió el granero de un vecino que era un granjero menonita. Y, como era lo usual, los hombres de la comunidad se reunieron para construir un granero, todos montados en sus caballos y carruajes, conduciendo allí un sábado por la mañana. Y ellos, que eran 100 o más personas, reconstruían un granero en un día.

Estas son personas que tienen como realidad central de su comunidad la creencia en la igualdad, en compartir, en que si una persona sufre, todos son responsables de ayudar a esa persona. Si una persona tiene mucho, es responsable de compartirlo con los demás. Ese es su tipo de ética.

En fin, hay una construcción de un granero en el camino, y mi padre decide unirse. Debo enfatizar que es extraño porque es un inglés barbudo con un doctorado, un matemático teórico avanzado, manejando un Volvo con corbata y chaqueta. Y llega a este grupo de 100 menonitas, los cuales han venido en caballo y con carruajes, visten sombreros de paja y trajes negros sencillos, y ninguno de los cuales, sin exagerar, ha llegado más allá del sexto grado de educación. Ahí estoy yo con siete años y mi concepto de mi padre es el de un gigante intelectual, un tipo en la cima de la jerarquía. Enseña en una universidad, lo que me parece la cosa más glamorosa del mundo. Y se une a un grupo de personas que son muy distintos a él.

Tengo dos hermanos. Nos llevó a todos. Nosotros… Yo quedé allí sentado y lo miré durante muchas horas. Lo pusieron a trabajar de inmediato, y estaba haciendo tareas insignificantes como levantar leña. Y, como dije, fue uno de esos momentos de mi infancia que nunca olvidaré porque aprendí algo fundamental sobre el mundo.

Me sorprendió el hecho de que fue bienvenido por un grupo de personas cuya identidad completa estaba ligada a ser distintos. Un extraño, alguien muy diferente de ellos. Y me pregunté por qué lo hicieron, y creo que es porque él no pidió que lo aceptaran. No apareció con una lista de demandas. No apareció con una explicación. Solo llegó para ayudar y trabajar. Me hizo darme cuenta de lo increíblemente liberador que es el trabajo compartido, que cuando hay una tarea y un grupo de personas decide colectivamente realizarla, todo tipo de barreras caen.

La otra cosa que me llamó la atención fue: ¿Por qué mi padre fue a ayudar? Ninguna persona no menonita suele ayudar a levantar un granero. Es algo inaudito. Él conocía a nuestros vecinos menonitas más cercanos, pero no a este granjero. No era como si el granjero fuera amigo suyo. Y yo sabía, incluso a esa edad, que yo no habría ido a ayudar. Me habría cohibido. Me preocuparía por el rechazo. Me hubiera sentido incómodo. Me hubiera preguntado si me necesitaban. Pero mi padre nunca pareció tener esas preocupaciones. Creo que es porque no se quedó despierto la noche anterior pensando en la lógica de su posición. Creo que simplemente ignoraba esas preocupaciones. No se obsesionaba con cuestiones de diferencias.

Mi madre es negra, jamaicana, y mi padre se casó con ella en los años 50 cuando era algo muy radical que una persona blanca se casara con una persona negra. Siempre me pregunto: “¿Por qué tomaron esa decisión?”. Desde su perspectiva, creo que es lo mismo. No es como que pensaba que hacía algo muy radical. Nunca se le habría ocurrido que era algo radical, que era alguien ajeno a la diferencia. Creo que hay algo hermoso en eso.

Pienso en esto ahora porque estamos en un momento en el que estamos obsesionados con la diferencia, tanto con el alcance de las nuestras como con la magnitud de superarlas. La perspectiva de mi padre sería: “¿Por qué estás obsesionado con la diferencia? ¿Por qué no te obsesionas con las cosas que tienen en común?”. Y ese era su objetivo al ir a la construcción del granero. Él no pensaba que las diferencias que tenía con los menonitas fueran significativas, a pesar de que la sociedad sí pensara eso. No creía que el hecho de que condujera un Volvo y tuviese un doctorado marcaba la diferencia o era más importante que el hecho de que era un vecino que quería ayudar y sentía la obligación de ayudar.

[SONIDO DE PASOS]

Desde que tengo memoria, fui bueno corriendo. Fue algo que vino de forma natural. Hablas con personas que corren y, a menudo, te hablan de lo difícil que es, del dolor que implica, de la lucha. Esa no es mi experiencia. Mi experiencia es lo contrario. Me parece de poco esfuerzo, o al menos este parece parte del placer.

Empecé a correr los 800 y los 1500 metros competitivamente en el instituto y ganaba siempre. Suena un poco jactancioso, pero es cierto. En tres años gané cuatro campeonatos provinciales, un campeonato canadiense y establecí un récord canadiense. Y si me preguntabas a los 14 años cuál era mi identidad, habría dicho: “Soy un corredor”. En realidad, más específicamente hubiera dicho: “Soy un buen corredor”, porque era una parte importante de esa identidad a la cual se le atribuía excelencia.

Hay algo que hacen los atletas: si has estado haciendo algo a un alto nivel durante el tiempo suficiente, inmediatamente sabes si alguien más que lo está haciendo es mejor o peor que tú. Como un jugador de la NBA… si jugara un partido con LeBron James, incluso sin tener idea de quién es, sabría en cinco minutos que estaba en otro nivel. Cuando tenía 14 años, así me miraban otros corredores. Corríamos y ellos decían: “Él es mejor que yo”. Y cuando tienes 14, ese es un sentimiento embriagador ser el que está en la cima de la pirámide.

Entonces, en mi tercer año de secundaria, me lesioné un poco y tuve una mala primavera para el entrenamiento. Pasé por todo tipo de encuentros ese verano hasta que llegué al Campeonato de Ontario. Se llama OFSAA. Era el campeonato de pista de mi categoría de edad en Canadá. Yo estaba corriendo contra un tipo llamado Steve y en la recta final de los 1500 metros iba junto a él, esperaba pasarlo y eso fue lo que hice.

Todavía recuerdo que había una gran multitud. Eran los campeonatos provinciales, todos gritan porque esperan que suceda algo. Y no pasó nada. Esperaba pasar a toda velocidad junto a él y, en cambio, me golpeé contra una pared. Él siguió adelante, y yo simplemente me derrumbé. Era la primera vez que me pasaba.

Terminé en el cuarto lugar. Caminé fuera de la pista y a esa edad, toda mi identidad era la de ser un buen corredor, y de repente me di cuenta de que ya no lo era. Ya no era el tipo de persona a la que otros corredores miraban y decían: “Él es el mejor”. No es exagerado decir que no volví a correr en serio hasta los 50 años. Me tomé un descanso de 35 años debido a la abrumadora decepción de esa única carrera.

Tuve que pensar en quién era yo desde un nuevo punto de vista porque gran parte de mí había estado atada a esta noción de que era corredor. A menudo me pregunto si el hecho de ser escritor, que fue un interés que desarrollé después de dejar de correr, fue mi sustituto para las carreras. Necesitaba que algo más que fuera exigente ocupara el lugar de esta cosa que había sido tan importante para mí durante tanto tiempo.

Cuando acababa de cumplir 50, comencé a correr de nuevo. Estaba en una pista en el Lower East Side de Manhattan y había un grupo de personas allí. Formaban parte de un club de corredores y me invitaron a unirme. Así que me acerqué y lo primero que pensé fue: “Estos no son corredores”. Cuando era niño y corría, un buen porcentaje de la gente con la que corría iba a los Juegos Olímpicos. Eran atletas de élite y lo parecían. Corrían como atletas de élite, se consideraban a sí mismos atletas de élite. Esta gente no era así. Entonces tuve esta reacción sesgada de inmediato. Los criticas cuando tienes esta reacción. ¿Cómo es su forma? ¿Son los que caen en el antepié o en el talón? Haces toda una lista en tu mente, y es una forma de juzgarlos, de decir: “¿Están a mi nivel?”. Y me pregunté: “¿Por qué razón correría con esta gente?”.

Luego sucedió lo más extraño: realmente lo disfruté. Volví la semana siguiente y me divertí de nuevo. Y comencé a ir una y otra vez y a correr en serio nuevamente. Dejé de juzgar a la gente de esa manera. Y comencé a darme cuenta de que el problema era juzgar a la gente o tenerlos en cierto estándar de excelencia. Por eso me había negado el placer de correr durante tantos años, porque tenía la idea de que el placer de hacer algo solo existía en los niveles altos. Comencé a darme cuenta de que era lo contrario, que si haces que el gozo de correr sea por excelencia, entonces dices que el gozo solo existe para un pequeño subconjunto de personas que recibió de Dios algún don natural que les ayuda a correr a velocidades asombrosas. Pero eso no es la alegría. La alegría está abierta a todos, ¿verdad? Ese es su poder.

Así que estaba confundido con mi definición de alegría, y no se trata de hacer algo de manera excelente. La alegría se trata de participar en algo que te brinda placer en cualquier nivel al que quieras unirte. Así que correr ha vuelto a ser más o menos el centro de mi vida, pero ahora estoy en paz con el hecho de que ya no soy bueno. Tengo 57 años. No gano carreras. Estoy oxidado. Solo puedo correr tres días a la semana. Pero ahora entiendo que el punto no es ser grandioso. Y una vez que aceptas el hecho de que ese no es el punto, entonces todo un mundo de alegría se abre para ti.

[SONIDO DE PASOS]

Cuando era niño, mi mejor amigo era un tipo maravilloso y brillante llamado Terry, y su familia era dueña de una fábrica de piensos. Hacían alimento para pollos. Su padre había llevado esa empresa pequeña a ser un negocio bastante exitoso. Y todos los años tenían un banquete para sus empleados. Un año, no hace mucho, el hermano de Terry, un tipo llamado Rick, me invitó a ir a hablar en el banquete de Navidad. Alquilan un hotel en la ciudad e invitan a sus 100 empleados. Entonces dije: “Por supuesto”.

Así que me presenté, di mi charla y me senté, y luego el hermano de mi amigo, Rick, se puso de pie y dijo: “Ahora es el momento de que demos nuestros bonos de fin de año”. Grita los nombres de cada uno de los empleados, y uno por uno suben al escenario y les entrega un sobre con su bono, ¿verdad?

Así que estoy sentado allí y digo: “Este es como su ritual de fin de año”, ¿verdad?". Luego, justo cuando está terminando, alguien sube al escenario y le susurra algo al oído, y hay una especie de conmoción. Rick vuelve al micrófono y dice: “Cometimos ciertos errores”, y menciona como a cuatro personas. “¿Podrían ustedes volver al escenario para darles un nuevo cheque?”. Estoy sentado allí pensando: “Esto es un poco extraño”. Mi noción de lo que es una bonificación… Yo vivo en Nueva York, así que imagino un bufete de abogados o un banco de Wall Street con un comité de compensación, un algoritmo complicado e informes de los gerentes. Generan tu bono usando todo eso. No corregirían el bono en el último momento.

Así que Rick se sienta y le digo: “¿Qué fue todo eso?”. Y él dice: “Nuestras bonificaciones se basan en la cantidad de hijos que tienes, y de lo que no nos dimos cuenta es que la semana pasada nacieron un montón de bebés. Así que tuvimos que ajustar los cheques”. Recuerdo haber pensado: “¿Qué? ¿Están haciendo bonificaciones en función de la cantidad de hijos que tienen?”. Era el yo de Nueva York preguntando eso. Lo único que pensaba era: “Dios mío, si hicieras eso en Skadden Arps o Goldman Sachs, terminarías en demandas. No puedes hacer eso. ¿Cómo tienes una bonificación basada en la cantidad de hijos?”. Pero cuanto más pensé en ello, más me di cuenta de la clase de pregunta intolerante que era esa.

Vengo de un mundo que dice que el empleador invierte en sus empleados. Si hablas de un bufete de abogados, su interés está en sus empleados que son abogados, y si hablas de un banco, su interés está en sus empleados que son banqueros. Cuando se trata de repartir bonificaciones, defines el mérito según el rol. Pagas la bonificación a un abogado de acuerdo con el buen trabajo que hizo como abogado. Rick decía algo mucho más poderoso y hermoso que eso. Decía: “Estoy interesado en ti como empleado, pero también estoy interesado en ti como persona. Me importa que seas padre, que tengas una familia, que desempeñes otras funciones”. Y también quería decir algo como: “No solo estoy interesado en recompensarte en función de tu desempeño. Estoy interesado en recompensarte en función de tu necesidad”.

Esto fue hace cinco o seis años, quizás hace siete, y debo decir que he estado obsesionado con esta idea desde entonces. Ha cambiado de manera poderosa mi forma de pensar en las personas.

Si tomas a mi madre, por ejemplo, que es negra, la mayoría de las personas cuando miran a alguien como ella le dan una identidad. Dicen que es negra, porque es lo más evidente sobre ella, especialmente en estos días cuando estamos tan en sintonía con esos temas.

Pero si le preguntaban, ella decía: “Soy madre. Fui esposa durante muchos años. Soy abuela. Soy psicóloga. Soy canadiense. Soy cristiana”. Eso sería lo importante para ella. Ella te decía nueve características de identidad de las cuales ser negro es una y quizás no la más importante. Para entenderla, debes entender que no es una sola cosa, y si piensas en ella de esa manera, estás violentando contra su humanidad.

La razón por la que debemos prestar atención a las múltiples características de identidad de las personas y a cómo las clasifican es que, casi invariablemente, la forma en que las clasifican ellos mismos será diferente de la forma en que tú, alguien que no les conoce bien, las clasificas intuitivamente. Así nunca aprenderás. Siempre serás ignorante a algún hecho que poderosamente da forma a su vida a menos que averigües de verdad quiénes son.

De manera similar, con mi madre, no puedes solo mirarla y aprender algo fundamental sobre ella. Ves a una mujer negra, pero eso es solo una pequeña porción de quién es y cómo se relaciona con el mundo. Esa voluntad de pasar tiempo con alguien y superar sus características de identidad obvias es de lo que se trata crear un mundo socialmente más igualitario. La única forma en que podemos sentir que todos estamos en el mismo nivel es si dejamos de aferrarnos a estas formas limitadas de describirnos los unos a los otros.

No creo que estemos abiertos a la posibilidad de que la gente tenga complejidad, y creo que eso es lo que Rick estaba haciendo en ese banquete de Navidad. Se estaba recordando a sí mismo y a todos sus empleados que son algo más que eso, y él es más que su jefe que solo está interesado en su desempeño. Eso es algo increíblemente hermoso.

[SONIDO DE PASOS]

Así que ahora estamos en nuestro destino, una pequeña cabaña que es mi oficina donde escribo todo, donde se me ocurren todos los episodios de mi podcast. Aquí se escribieron grandes partes de mi último libro. Es como un pequeño retiro, y hay una marmota que sale todas las mañanas y me saluda. Me dice “hola”. Sale, me mira directamente, hace una pequeña reverencia con la cabeza y regresa. Pero, sí, esto está muy en medio de la naturaleza.

Estaba haciendo un episodio de mi podcast sobre por qué la música country maneja tan bien las emociones, y decidí elegir la canción más triste del genéro. Creo que es esta canción. Fue escrita por Bobby Braddock, y lo sorprendente es que no solo llorarás, aunque es súper cursi, sino que es un ejemplo de genialidad en la composición porque es una historia completa en tres minutos que te presenta a un personaje, te hace sentir como si lo entendieras, y luego tiene un giro enorme en la trama. Para alguien como yo, que se pasa la vida contando y descubriendo cómo contar historias, cuando estás en presencia de un maestro narrador, te asombra. Y esta historia es … Esta canción es una obra maestra de la narración.

Es George Jones, “He Stopped Loving Her Today”.

[MÚSICA - “HE STOPPED LOVING HER TODAY” DE GEORGE JONES]

[LA MÚSICA COMIENZA A SONAR PROGRESIVAMENTE]

“Piece of Clay” es una de las canciones menos conocidas de Marvin Gaye, y la cual fue estrenada justo antes de que fuera asesinado a tiros por su propio padre. Es una canción sobre las dificultades de un hijo con su padre.

Cuando la escuchas sabiendo lo que le sucedió a Marvin Gaye, te rompe el corazón.

[MÚSICA - “PIECE OF CLAY” DE MARVIN GAYE]

Descubrí a Brian Eno cuando estaba en la universidad, cuando salí brevemente con alguien del grupo de los geniales. Todos los del grupo de los geniales de mi universidad escuchaban a Brian Eno, lo descubrí en ese momento y me ha encantado desde entonces. Esta es una canción sobre el enamoramiento, y la metáfora que él usa para el enamoramiento [MALCOLM GLADWELL CITA UNA LÍNEA DE “I’ll COME RUNNING”] es, en mi opinión, una de las más dolorosamente hermosas que he escuchado.

Es Brian Eno, “I’ll Come Running”.

[MÚSICA - “I’ll COME RUNNING” DE BRIAN ENO]

Me doy cuenta de que casi todas mis historias tratan sobre cosas que sucedieron hace mucho tiempo y en las que rara vez pienso. Sin duda, fue un ejercicio útil para mí pensar en todas las formas en que fui moldeado por mi infancia, y espero que al menos sea un ejercicio interesante para todos ustedes.

Gracias por tomarse el tiempo de caminar hoy conmigo.