Hora de andar - Hora de andar con Min Jin Lee

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Min Jin Lee: Cualquier día en el que salgo de mi casa a caminar es una victoria, porque soy un poco agorafóbica, y también me encanta quedarme sentada. Entonces, me siento muy orgullosa de mí misma cuando me pongo las zapatillas y me levanto del sofá. Es todo un logro.

[MÚSICA DE APERTURA]

Sam Sanchez: “It’s Time to Walk”, el lugar donde algunas de las personas más interesantes e inspiradoras del mundo comparten historias, fotos y canciones que influyeron en sus vidas.

La autora premiada Min Jin Lee emigró de Corea a los Estados Unidos cuando era niña. Hoy, es graduada de Yale, y su libro “Pachinko” es uno de los más vendidos de New York Times. En esta caminata, Min Jin habla sobre encontrar su voz a través de la narración y sobre cómo su familia creó una nueva vida en la Ciudad de Nueva York.

[SONIDO DE PÁJAROS Y PASOS]

Min Jin Lee: Estamos en el Bronx, un barrio que no recibe el amor que se merece. Fui a una secundaria llamada Bronx High School of Science.

Y hasta donde sé, es la mejor secundaria de Nueva York. Y hay gente que no va a Bronx Science que no estará de acuerdo conmigo, pero no me importa.

Ahora, estamos en Harris Field, y es un lugar muy importante para cualquiera que haya ido a Bronx Science, que está cruzando la calle, porque Harris Field es un punto de dispersión y de perdición para la reputación de muchos estudiantes.

Aquí es donde los chicos vienen cuando faltan a clase. Yo no, pero… pero muchos chicos los hacían. Y el último día del año, aquí es donde pasas el rato con todos tus amigos y te metes en problemas.

Crecí en Queens, pero estudié en el Bronx. Así que me siento muy orgullosa del Bronx.

[SONIDO DE PÁJAROS Y PASOS]

Entonces, llegué a Estados Unidos desde Corea del Sur en 1976 cuando tenía siete años. Somos tres hermanas y yo soy la del medio.

Tuve muchos problemas para hablar y aprender de niña. Mi papá me matriculó en la escuela Elmhurst en Queens, y nos hicieron dar un examen a las tres. Tenían una clase para inteligentes, otra promedio y otra para tontos. Tenían otros nombres, pero los niños les decíamos así. Mis dos hermanas, sin hablar una palabra de inglés, fueron directo a la clase para inteligentes. Yo fui dos años a la clase para tontos.

Y en esa clase, había otra coreana como yo, pero ella sabía inglés y tenía amigos. Pensé que tal vez podría pedirle ayuda porque hablaba coreano, pero no me quería cerca porque pensaba que le arruinaría la reputación. No tenía la mejor ropa. No hablaba inglés.

Un día, tenía que ir al baño, pero no sabía cómo decirlo. Entonces, le pregunté. Muy amable, me contestó. Me dijo: “Solo di la palabra ‘paño’, ‘paño’”. Eso fue lo que escuché. Entonces, levanté la mano, pero no sabía decir ninguna oración. Entonces, solo dije “paño”, y todos en la clase se empezaron a reír de mí.

Estaba devastada.

Me acuerdo ir al baño y pensar: “No puedo hablar, no sé hablar inglés. Entonces, me voy a quedar callada”.

No empecé a hablarle a otros niños hasta la escuela media, porque me costaba mucho entender los gestos de otros niños, que ahora, como sí fui a la escuela, entiendo lo que significan. Ahora, cuando miro hacia atrás, pienso: “No solo debí haber tenido TDAH, sino que seguramente todos los otros problemas de aprendizaje”.

Pero nadie me molestaba si estaba leyendo. Entonces, iba mucho a la biblioteca pública Elmhurst. Podía pedir prestados todos los libros que quería, entonces leía todo. Leí todos los clásicos, todo lo de Dickens, Bronte, Tolstói y Dostoyevski. Y me alegra mucho porque, de una manera, aprendí cómo comportarme en un mundo del que nunca fui parte.

Entonces, creo que cuando fui a la escuela secundaria lo decidí: “Voy a aprender a hablar”. Porque todas las personas geniales de la literatura no solo hacen cosas geniales, sino que también saben argumentar, saben hablar en público.

Creo que una de las autoras con las que conecté que me dio el valor para aprender a hablar fue Jane Austen, que escribió libros increíbles como “Emma”, “La abadía de Northanger” y “Orgullo y prejuicio”. Y creo que Jane Austen realmente entendió que las mujeres inteligentes podían, al menos en la ficción, determinar su propio destino.

Sus mujeres son tan intrépidas, atrevidas e inteligentes. Saben cómo pelearles a los hombres. Y eso fue tan impactante. También son tan ingeniosas. Y pensé: “¿No sería genial ser ingeniosa?”.

Entonces, pensé: “Está bien. Bueno, para aprender a hacer eso, me anotaré al equipo de debate”, que es la locura más grande que hizo alguien con mi personalidad. Entonces, me sumé al equipo de debate de la Bronx High School of Science, que es una organización de debate de nivel internacional. Era muy mala. Era tan mala, que creo que… habré ganado, fácil, uno de los 30 o 40 debates.

El motivo por el que estaba tan decidida por resolver el tema de hablar era porque estaba muy aislada socialmente. Y mientras crecía, creía que me pasaba algo terrible. Y lo digo con la menor de las modestias. Sabía me pasaba algo malo. Sabía que no era como los demás, y lo único que me ponía contenta eran los libros. Y los libros, sobre todo las grandes obras literarias, me enseñaron que tenía que ser valiente. Entonces, pensé: “Bueno, incluso si soy una oradora promedio o regular es mejor que ser una mala oradora”.

Mi psicólogo dice que tengo TOC, y pienso en esto como el don del TOC, que significa que puedes ser muy obstinado y persistente, y tener una forma de pensar muy extraña y mágica a la hora de ordenar las cosas. Y creo que mi ansiedad y todos mis problemas me ayudaron a darme cuenta de la otra cara de la terquedad, siempre que tengas un buen objetivo. Podría haber elegido algo terrible. Podría haber dicho: “Tomaré el camino hacia mi destrucción”. Pero, de hecho, pensé: “Me gustaría tener amigos. Me gustaría que me amaran”.

Tuve un gran avance en aprender a hablar cuando publiqué “Free Food for Millionaires”, mi primer libro, y mi editor tenía que enviarme a una pequeña gira de mi libro. Contrataron a una especialista en medios para que me capacitara. Todo el tiempo estaba supernerviosa, pero resulta que ella había escrito un libro. Y su libro se reducía a lo siguiente: cuando tienes miedo para hablar, piensa en tu público. Olvídate de ti. Entonces, muchas veces, cuando tengo mucho miedo, ya sea para dar un discurso de graduación frente a 5000 personas o algo por el estilo, me olvido de mí y pienso en la gente a la que le estoy hablando, entonces intento serles útil.

En un evento de libros, un hombre blanco mayor se me acercó, era de Albany, Nueva York, y me dijo: “Mis padres tenían una lavandería, y tu personaje me habló, y por eso vine”. Y se pone a llorar. Entonces, yo me pongo a llorar. Él lloraba. Yo lloraba. Entonces, pensé: “Vaya. O sea que estaba bien que me haya hiperventilado en el baño de damas antes del evento, porque significó algo para él”.

Creo que para aquellos de nosotros que no han encontrado su voz para hablar, su voz para escribir, o incluso su voz física, hay consuelo, porque en mi experiencia, aquellos que son callados tienen mucho más que ofrecer para su comunidad.

Lo interesante es que ahora soy profesora de escritura en Amherst College, e intento, sobre todo, que mis estudiantes hablen para que puedan practicar, porque cuando les toque trabajar en la vida real, tendrán que hablar. Y siempre les digo: “Les hago hablar porque los quiero. Quiero que les vaya bien”.

Sé que el mundo es difícil para los introvertidos. Pero para mí, hablar, escribir y expresarse son una forma de manejar las dificultades de la vida. Dudo que siempre puedas conquistarlas, pero sí creo que es posible manejarlas mediante la expresión.

Entonces, cuando llegué a EE. UU., mis padres tenían 10 000 dólares. Mi papá era ejecutivo de marketing de una empresa de cosméticos en Seúl y mi mamá era profesora de piano.

Pero aquí no podían ejercer sus profesiones porque si bien su dominio del idioma pasaba, no era muy bueno, y no tenían contactos ni educación occidental. Entonces, mi papá tomó la mitad del dinero, 5000 dólares, y compró un puesto de diarios en el vestíbulo de un edificio en muy mal estado de la 29 y Broadway, que ahora es parte del barrio coreano de Manhattan.

El puesto de diarios era muy desagradable. Era muy pequeño y él lo limpiaba. Iba a trabajar todos los días de saco y corbata.

Los sábados, a veces una de nosotras lo acompañábamos a la tienda. Había un banquito en el que yo me sentaba a un costado.

Un día, un tipo quería comprar un diario. En ese momento, el Daily News, en 1976, creo que costaba 15 centavos. Y este tipo solo le arrojó las monedas de diez y de cinco a mi papá. En Corea, eso es algo muy muy malo. En Corea, si te dan la cuenta en un restaurante, o si das dinero, lo haces con las dos manos. Lo recibes con las dos manos y miras a los ojos.

Entonces, tuve que ver cómo mi papá se arrodillaba para levantar el dinero del suelo.

No hablamos del hecho de que el hombre le había tirado el dinero a mi papá porque creo que se sintió muy humillado. Me acuerdo de sentirme muy triste por él porque es una persona muy orgullosa.

En el puesto diarios, a una cuadra de la 30 y Broadway, había un tipo. Llamémoslo Sr. Kim. Y el Sr. Kim era el dueño de una pequeña joyería mayorista. Y el Sr. Kim venía al puesto de diario por cigarrillos. Y supongo que le contaba sus problemas a mi papá, y terminó pidiéndole dinero prestado.

Mi papá es muy bueno con el dinero y ahorrando. Entonces, le prestó unos 200 dólares para comprar mercadería o pagar el alquiler, y el Sr. Kim luego le pagaría. Era casi como una línea de crédito que mi papá gestionaba en el puesto de diarios.

Y luego, un día, el Sr. Kim se le acerca y le dice: “Oiga, ¿quiere ser el dueño de la mitad de esta pequeña joyería?”, que, por cierto, es de unos 20 metros cuadrados y es hedionda. Es como un pasillo diminuto y muy frío. No importa cuánto lo limpies, siempre está sucio. Un antro con clase. No era un lugar bonito.

Entonces, mi papá se vuelve socio del Sr. Kim. Y al mismo tiempo, mi mamá iba a la Universidad de Nueva York a aprender a hablar inglés. Un día, mi papá la llama y le dice: “Oye, ¿podrías pasar antes de tu clase? Voy a salir a almorzar y necesito que te sientes aquí”. Entonces, mi mamá pensó: “¿Qué sucede? ¿Por qué me pedirías que viniera a verte si luego quieres que me quede en la tienda?”.

Pero ella se sentó allí, en la silla al lado de la caja fuerte, y ahí estaba con el Sr. Kim. Y se da cuenta de que él está tomando dinero y se lo guarda en el bolsillo. Ella supuso que estaba bien porque también es dueño, y tal vez lo solucionarían luego.

Mi papá regresa y dice: “¿Qué viste cuando se fue?”. Y ella dice: “Vi que el Sr. Kim se guardó dinero en el bolsillo”. Entonces, él dijo: “¡Lo sabía! Todas las noches hago el arqueo de caja y noto que falta dinero. Y siempre que le hablo al Sr. Kim sobre eso, dice que no hizo nada”. Entonces, resulta que había robado el dinero y no le había dicho a su socio, mi papá. Entonces, mi mamá se convirtió en una suerte de detective, como una agente secreta.

Y lo que me parecía interesante era que mi papá no enfrentaba al Sr. Kim. Solo decía: “Bueno. Tendremos que buscar otra solución”. Mi mamá decidió, por voluntad propia, dejar la universidad.

Dijo: “Aprenderé inglés practicando con los clientes”. Entonces, empezó a ir a la tienda y, en un mes, el Sr. Kim, que estaba muy interesado en perseguir mujeres y en la bebida, se aburrió porque ya no podía robar dinero. Entonces, le preguntó a mi papá: “¿Quieres comprar mi parte?”. Se la ofreció por 15 000 dólares. Y mi papá y mi mamá se la compraron.

Creo que ver cómo mi papá no buscó venganza fue muy positivo para que entendiera cómo es vivir en un mundo despiadado.

Mi papá es como un héroe romántico, porque era refugiado de guerra y, por consiguiente, sabe lo que es que la historia te golpee y también lo que es necesitar la amabilidad de los extraños.

Perdió a todos cuando tenía 16. En diciembre de 1950, se subió a un buque de guerra estadounidense para refugiados del norte. Cuando llegó a Busan, que es la parte más meridional de Corea del Sur, tuvo que ir a un campo de refugiados. Y mucha gente fue muy amable con él. Entonces, creo que siempre sintió que hay que dar muchas oportunidades a las personas. Y bueno, admiro lo mucho que logró en su vida y a cuántas personas perdonó.

La actitud de mi papá es: “Tienes que ser bueno con las personas, sin esperar nada a cambio, solo porque debes ser bueno con las personas”. Y recuerdo que mi papá me decía de niña: “Si eres buena con las personas que te ayudan, eso no es amabilidad. Solo es una transacción. Si eres buena con las personas que no pueden ayudarte, eso significa que eres un ser humano digno”.

Ahora, con tanta hostilidad hacia nuevos inmigrantes, refugiados y solicitantes de asilo, sigo pensando en la amabilidad que recibió mi papá, siento que estoy retribuyendo cada vez que puedo porque sé que la gente fue amable con él.

Creo que es muy fácil pensar en la amabilidad como una debilidad cuando, de hecho, la verdadera fuerza viene de la vulnerabilidad y de la capacidad de perdonar a las personas, de la capacidad de amar.

Entonces, si quería ir a la universidad, mis papás me dijeron que podía postularme a cualquiera para la que no necesitara tomar un avión. Había leído todo sobre Sinclair Lewis, todos los libros que había escrito, en la secundaria. Y pensé: “Quiero ir a la universidad a la que fue Sinclair Lewis”, porque todo sobre él me hablaba. Era muy raro. No tenía amigos. Tenía un acné terrible. Y pensé: “Es mi tipo”. Y Sinclair Lewis había ido a Yale.

Entonces, me postulé a Yale y me seleccionaron. No podía creerlo. Todos estaban sorprendidos. Mi consejero de Bronx Science me había dicho que nunca me seleccionarían, pero sucedió porque creo en los milagros.

Me llevó mucho tiempo hallarme en Yale. Sin duda, era un pez fuera del agua, no tenía el porte.

Y cuando tienes problemas de salud mental como yo, me parece que siempre puedes ver la situación como si hubiera un problema con el mundo o como si hubiera un problema contigo.

Y me parece que siempre me resultó más fácil decir: “Tengo un problema porque todos parecen estar bien”.

Entonces, pensé que podía convertirme en una mejor ensayista si tomaba una clase de Fred Strebeigh. Tenía un montón de energía, y escribí en las mejores revistas, entonces pensé: “Bueno, tal vez pueda entrar”. Y entré. Y era la única persona en la clase que no era blanca.

Iba todas las semanas, y era un taller, lo que significa que lees obras de otras personas y luego las comentas. Pero parte de la clase consistía en participar del taller. No podías sentarte ahí como un ratón. Tenías que decir algo. Y mis compañeros me superaban tanto. Todos eran tan agradables y muy elegantes, pero también habían viajado mucho y hablaban muy bien, algunos sabían latín y griego.

Un día, alguien había escrito sobre Inglaterra y había usado la palabra “Stonehenge”, y no sabía lo que era. Entonces, levanté la mano y dije: “Bueno, creo que el escritor debería definir ‘Stonehenge’”, y todos en mi mesa voltearon a verme.

En esa clase, creía que lo importante era saber qué era Stonehenge. Pensé que lo que era realmente importante era tener la facilidad de abordar ideas europeas sofisticadas o difíciles a las que no tenía acceso.

En mi educación, no había nada que dijera: “Sí, ¿tú? Tu vida es importante. Tu vida es una historia”. En todo caso, al haber leído todos esos clásicos, solo tuve una dieta alta en otras personas.

Pero recuerdo lo que se siente ver que alguien le arroje dinero a mi papá. Sé lo que se sentía que te apuntaran con un arma en la joyería de mi papá a lo que solía ir los fines de semana.

Pero en ese momento de aprendizaje sobre Stonehenge, o de aprendizaje sobre mi ignorancia sobre algo llamado Stonehenge, no sabía que mi vida era interesante. No sabía que las personas como yo eran interesantes. Y si eso fuera verdad, ¿por qué no enseñaban cosas sobre mí en Yale?

Que te apuntaran con un arma me parecía vergonzoso cuando iba a la universidad. Me parecía vergonzoso que te dieran el almuerzo gratis. Me parecía vergonzoso no vestirme bien.

Y luego, me di cuenta de que solo es vergonzoso si estoy de acuerdo con que ser pobre o de clase media es algo vergonzoso. Y me di cuenta de eso muy tarde en mi vida, con casi 40 años, que ser de Elmhurst, Queens, es una historia, que la gente que de verdad quiero y que me preocupa valen literatura. Y quería tomar todo lo que aprendí sobre cómo hacer literatura y escribir sobre personas que realmente me importaban: personas pobres, de clase media, que solo están intentando salir adelante, personas extrañas.

¿Cómo le dices a un joven que su historia importa, que su vida personal importa, que su mirada sobre el mundo importa a menos que tengan ejemplos que no lo degraden? Entonces, pienso que la representación importa, pero creo que el mensaje importa más, que la historia tiene dignidad, verdad y amplitud. Y eso me llevó mucho tiempo entenderlo y practicarlo.

[SONIDO DE TREN Y DE ALTAVOZ]

Quería terminar en una estación de tren porque el tren es una parte muy importante de mi vida.

Cuando empezamos a ir a Bronx Science, teníamos que viajar mucho. Y me doy cuenta de que es increíble la cantidad de tiempo que pasaba en el tren. Todos los días, pasaba cuatro horas viajando, de las cuales tres y media eran en el tren o en los andenes.

A veces, me quedaba dormida en el hombro de un extraño porque estaba demasiado cansada. Le tengo mucho afecto a los neoyorquinos en el metro. Esto sonará muy raro, pero cuando veo a alguien en el tren, y se ve muy cansado, quiero acariciarle el hombro y decirle: “Todo va a estar bien”.

[TREN FRENA]

Recuerdo la primera vez que puse música en mi iPhone. La reproduces y se siente como si tu vida tuviera banda sonora, como si de alguna manera, fueras el protagonista de tu propio programa. Y escucho música bastante porque me afecta mucho el humor, entonces puedo alterar el humor según lo que escucho.

Asocio esta canción con la secundaria y las travesuras de la juventud cuando éramos niñas. Y me encanta la idea de una banda de chicas. Me encanta la idea de una alegría compartida. Hay muy pocas canciones que creo que transmiten la alegría de los 80 como lo hace “We Got the Beat” de The Go-Go’s.

[SUENA “WE GOT THE BEAT” DE THE GO-GO’S]

Creo que empecé a escuchar a las Indigo Girls cuando iba a la universidad, en la facultad de derecho. Me encanta la canción “Virginia Woolf” porque es una escritora que significa mucho para mí. En cierto punto, cuando estaba trabajando en mi primer libro, estaba leyendo sus diarios, y esta canción hace referencia a esos diarios.

Me parece una canción muy hermosa. Y pienso en Virginia Woolf todo el tiempo. No era un ser humano perfecto. Cuando lees sus diarios, ves que siempre tenía celos de la gente. No me gusta esa parte, pero sí creo que en su obra publicada se puede ver su delicadeza y su generosidad.

[SUENA “VIRGINIA WOOLF” DE INDIGO GIRLS]

Durante la pandemia, vivía pensando en la canción “Bend and Break” de Keane como una muy buena canción para concentrarme, porque se trata de llegar al otro lado y de cómo nos encontraremos del otro lado de este proceso tan increíblemente difícil.

Y siento que en la vida hay muchas cosas que intentan romperte, pero la mayoría de las veces, lo importante es doblarse, doblarse y romperse, porque hay veces en mi vida en la que realmente me sentí rota. Sin embargo, durante este momento increíble de nuestras vidas, este momento tan desafiante, tengo muchas ganas de verlos en el otro lado.

[SUENA “BEND AND BREAK” DE KEANE]

Me sentía un poco triste esta mañana y me agrada haberme levantado del sofá y haber salido a caminar para volver a ver el Bronx.

Gracias por haberse tomado el tiempo hoy de caminar conmigo.