Hora de andar - Hora de andar con Anthony Ramos

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Anthony Ramos: Saben, me encanta caminar porque creo que hay cierta libertad… El cuerpo se mueve, la mente fluye y simplemente te permites ir a donde tu mente y tu cuerpo quieran ir, sin poner ninguna condición ni restricción.

Esa es la parte grandiosa de mantener el cuerpo en movimiento.

[MÚSICA DE APERTURA]

Sam Sánchez: Estamos en Time to Walk, donde algunas de las personas más interesantes e inspiradoras comparten historias, fotos y canciones que influyeron en sus vidas. Anthony Ramos ganó un premio GRAMMY por su actuación en el musical de Broadway “Hamilton”. En esta caminata, el actor y cantante reflexiona sobre la importancia de ser él mismo y sobre cómo perseveró para convertirse en artista e intérprete.

[SONIDO DE PASOS]

Anthony Ramos: Ahora, estoy caminando por el Parque Elysian de Los Ángeles, California. Es impresionante, de verdad. Los pájaros, los árboles, la brisa es perfecta. Me está dando el sol en este momento, lo que es muy agradable. Mi familia es del Caribe. Así que cualquier lugar en el que haga calor es mi favorito, y es hermoso, realmente. Es que… no hay nadie aquí. De hecho, hay bastante paz y cuanto más subimos, más tranquilo se vuelve. Por eso es muy especial.

La vibra es sin duda diferente a la de casa, definitivamente diferente a la de Brooklyn. No tenemos demasiados lugares así en la ciudad de Nueva York. Pero me han dicho que hay una vista impresionante desde la cima de este sendero. Así que no puedo esperar para verla.

Espero no encontrarme con ningún animal salvaje por aquí. Sería un día triste para el barrio.

Viví en la pobreza durante toda mi vida. Tres de nosotros, tres niños. Mi padre nunca estaba y teníamos una relación agotadora. El almuerzo gratis en la escuela era muy importante para mí porque a veces era lo único que sabía que iba a comer.

Pero cambiaron las reglas o algo así. Y el almuerzo comenzó a costar 25 centavos y a veces no tenía dinero.

Así que, ya sabes, timaba a mis amigos. Les decía: “Oye, ¿puedes prestarme una moneda? Te la devolveré la semana que viene”, o cualquier cosa.

Fue duro. Incluso cuando tenía seis años, solía decirle a mi madre: “No quiero estar más aquí”.

No era que no… No estoy orgulloso de mi origen porque estoy muy orgulloso de mi origen. Era la forma en la que vivíamos, ya sabes, sumidos en la pobreza y en el gueto. Y le decía: “Oye, ma, sé que hay algo más para nosotros. Sé que hay más que lo que conocemos”.

Fue difícil tener grandes sueños de niño, pero además, saber que había muchas desigualdades: el dinero, el lugar donde vivíamos, el hecho de ser hispanos en Brooklyn.

O jugabas al béisbol, o eras… o uno de tus amigos te conseguía un trabajo. Así que entrar en el mundo del arte era algo descabellado e incluso impensable.

Fue interesante la forma en que encontré mi camino hacia el escenario. Era mi primer año de secundaria. Jugaba al béisbol en esas épocas. Era atleta. Eso era lo mío. Eso era lo que quería hacer. Y escuché un… un anuncio por el altavoz de la escuela: “Oye, ven a audicionar para esta cosa llamada ‘Sing’”. Y en realidad no sabía lo que era, tal vez un concurso de talentos o algo así.

Siempre canté bien, pero nunca tomé clases ni nada parecido. Pero yo, yo disfrutaba cantar.

Fui a hacer la audición para esa cosa. Canté “Ordinary People” de John Legend. Estaba a punto de salir y la profesora, Sara Steinweiss, me dijo: “Oye, ¿puedes leer estas líneas?”. Yo dije: “¿Leer estas líneas?”, pensando: “No, ¿a qué se refiere? Bueno, ¿qué es esto?”. Le pregunté: “¿No es un concurso de talentos?”.

Me dijo: “No. Es un musical”. Le contesté: “No, señorita, yo no hago musicales”.

Y me aclaró: “Bueno, eso es lo que es. Hay que cantar, bailar y actuar”. Y yo dije: “Está bien”. Así que leí las líneas y un par de días más tarde, publicaron la lista.

Ya sabes, esperé hasta que algunos de los estudiantes se alejaran y, entonces, me acerqué a escondidas. Encontré mi nombre en la lista. Había conseguido un papel protagónico. Y estaba como diciendo: “Qué locura”.

Al principio no quería participar porque eran muchas líneas. Me quejaba: “Oye, ni siquiera hago mi tarea. No hay manera de que vaya a… a memorizar todo eso”. Sara Steinweiss me decía: “No, de verdad tienes que hacerlo”. Mis amigos me animaban. Y me decidí: “¿Saben qué? Lo haré”.

La obra se llamaba “El amor lo vence todo” y la habían escrito los alumnos. Nunca lo olvidaré. Subí al escenario como envuelto en una especie de tela. También podría haber sido una manta, imitaba ser una túnica o un manto o lo que sea, ropa de la realeza, y una corona de cartón con demasiado maquillaje. Cuando cantaba una canción, sentí una enorme sensación de pertenencia.

Ya la había sentido antes, pero solo cuando jugaba al béisbol. Y fue casi como si esa misma sensación me invadiera, incluso más fuerte. Era casi incómoda. Estaba incómodo de lo cómodo que me sentía en el escenario. A partir de ese momento seguí participando en las obras y seguí actuando.

Llegó el último año, me postulé en un sinfín de universidades como jugador de béisbol. Pero, por desgracia, todas y cada una de las universidades rechazaron las solicitudes porque no entregué los formularios de ayuda financiera a tiempo. Había varias situaciones ocurriendo y no pudimos hacerlo a tiempo.

Así que no tenía a dónde ir. No tenía ninguna universidad a la que ir.

Pero Sara Steinweiss, mi profesora, no se rindió. Me dijo: “Mira, tengo un folleto de una academia de Nueva York llamada AMDA, la American Musical and Dramatic Academy”.

Yo pensaba: “Oh, bien. Sí, claro, genial”. Así que me dio el folleto. Había una chica en él. Sostenía un micrófono y cantaba con el corazón, se podría decir. Y se veía hermosa. La luz le daba perfectamente. Y yo me dije: “Nunca voy a entrar a esa academia”.

Sara me dijo: “Mira. Tenemos que trabajar en tu audición. Tienes que llenar la solicitud. Debes escribir dos ensayos y bla, bla, bla. Tenemos que hacerlo rápido”.

De inmediato me sentí abrumado.

No quería completar la solicitud. Quería darme por vencido. Estaba llorando en la casa de mi mejor amigo. Él la llamó y le dijo: “Sabía que Anthony quiere renunciar. Está hablando de ingresar a la Marina. ¿Puede hablar con él?”.

Le contestó: “Ponlo al teléfono”. Y me dijo: “Ven a mi casa ahora mismo”. Y yo: “¿Ir a su casa caminando ahora? Vive muy lejos”. Y ella… ella me dijo: “No me importa. Ven aquí enseguida”.

Me senté en la mesa de su cocina y terminé los ensayos. Entonces ella dijo: “Bueno, ya sabes, ¿tienes dinero para pagar la solicitud? ¿Puedes enviarla?”. Yo la miré y ella me dijo: “¿Sabes qué? Dámelo”. Sabía que no tenía el dinero. No me atreví a decírselo, pero ella puso los 50 dólares para la solicitud y me puso en carrera.

Preparé el monólogo, preparé la canción, fui a la academia e hice la audición. Hice mi monólogo. Nunca lo olvidaré. Llevé utilería. Fue como… Estoy aquí, arrastrándome por el suelo. Me meto en el personaje. Y luego canto mi canción, “This Is the Moment”, durante la canción, me quito la camisa y la arrojo. Fue todo muy dramático. Ya sabes, me sentí bien con la audición, pero no tuve noticias durante un par de días. Y finalmente, un día suena mi teléfono, yo estaba en la ducha, en realidad. Y lo atendí metido en la ducha. “Hola, amigo, ya sabes, solo quiero que sepas que entraste”. No podía creerlo. Estaba tan… estaba llorando en la ducha, pensando: “Ay, qué bueno”.

Un tiempo después, recibí el paquete de bienvenida. “Estamos muy emocionados de tenerte”. El campus y la vida estudiantil, bien, leí todas las cosas sobre la escuela, ya sabes, cómo sería ir. Y luego, lo siguiente que sabes es que pasas a la página 33, ¿no? Siempre lo ponen en la parte de atrás: “Esto es lo que va a costar”. Inmediatamente, esta ola de tristeza y desesperanza se apoderó de mí porque miré a ese número y dije: “No hay manera de que podamos pagarlo”.

Nunca lo olvidaré. Mi madre me miró. Me dijo: “No te preocupes. Dios abrirá un camino. Dios te abrirá una puerta “. Y yo pensaba: “Bueno, el semestre está a punto de comenzar. Voy a necesitar que Dios abra esa puerta muy rápido, déjame decirte… Así que puede que tengamos que empezar a rezar dos veces al día en lugar de una, ¿sabes?”.

Y entonces la escuela llamó para ofrecerme un préstamo. Y pensamos en pedir un préstamo ridículo que definitivamente no podíamos pagar.

Pero Sara Steinweiss entró de nuevo en escena. De nuevo al rescate. Dijo: “Oye, puse tu nombre en un fondo de becas. Tendrás una reunión con ellos”.

Me senté a la mesa frente a esta mujer y empecé a contarle mi historia. La compartí con ella. Y le conté: “Mira, mi familia ha pasado por esto, esto, esto y aquello. Sé que mis notas no son las mejores, pero no son un reflejo de lo que soy. Solo necesito que alguien me dé una oportunidad. Necesito una oportunidad. Si lo hacen, no los defraudaré”. Así que, básicamente, ella lloraba y yo también.

Más tarde, sonó mi teléfono: “Oye, sabes que normalmente no damos de estas becas a alumnos con tus calificaciones. Pero, sabes, Anthony, queremos pagar los cuatro años de tu academia”.

Inmediatamente, mi vida cambió. Fue como que, en ese momento, si no sabía lo que tenía que hacer con mi vida, me cayó la ficha en ese mismo instante.

Me sentí abrumado por la sensación de esperanza, pensé: “Guau, se puede aspirar a un futuro mejor”. Tantos años de sentirse perdido y finalmente ver una puerta abierta, pero no solo arrimada, se abrió de una patada. Dios despejó el camino. Ese momento fue el comienzo de todo.

Es increíble, cuando decimos que sí a cosas en la vida que realmente no entendemos, como: “No entiendo por qué estoy diciendo que sí en este preciso momento. No sé cómo voy a hacer esto, realmente”. Pero igual decimos que sí. “Sí, voy a hacer aquello que es completamente incómodo y extraño para mí. Sí, voy a dar lo mejor de mí y voy a hacer el mayor esfuerzo en toda mi vida porque tengo esa oportunidad”.

Creo que la voluntad de decir que sí a cosas que no entendía del todo o que más me asustaban, se convirtió en una de las bendiciones más hermosas que jamás recibí.

La palabra “sí” puede ser muy poderosa.

[SONIDO DE PASOS]

Cuando era niño, mi madre siempre me hacía cantar en las fiestas familiares. Siempre me hacía cantar en Acción de Gracias y en Navidad. Mi madre decía: “Anthony, canta una melodía. Canta ‘Aguanile’”, ya sabes, de Héctor Lavoe, pero la versión de Marc Anthony. Me decía: “Solo canta la canción. Canta ‘Aguanile’ o ‘El Cantante’”. Canta… ya sabes, le fascinaba que cantara en español.

Marc Anthony fue alguien a quien admiraba cuando era niño, Wisin y Yandel, Daddy Yankee, todos esos artistas. Pero, ya sabes, crecí en Brooklyn, en Bushwick. No cantaba en español. Cantaba… Ya sabes, escuchaba hip hop. Escuchaba a 50 Cent. Escuchaba a Mobb Deep. Escuchaba a Biggie Smalls, Jay-Z. Algunos de mis artistas favoritos eran blancos o negros y no era porque no escuchara artistas latinos.

No había muchos actores ni cantantes que cruzaran, tal vez más cantantes, pero definitivamente no había actores que pudiera mirar y pensar: “Vaya, ya sabes, guau, eso es lo que quiero hacer. La carrera de esa persona es lo que quiero emular”, o lo que sea…

Me decía: “Soy latino, pero, ¿cómo puedo llevar mi latinidad, ese sazón que hay en mí y volcarlo en otros géneros musicales o de entretenimiento en los que aún no éramos necesariamente bienvenidos como parte de la comunidad?”.

Al salir de la universidad, comencé a hacer audiciones abiertas, 500 personas esperando a las 5:00 de la mañana fuera de un estudio al frío del invierno, solo con la esperanza de conseguir un papel. Y sentenciaban: “Tu piel es demasiado clara, es demasiado oscura, eres demasiado alto, eres demasiado bajo. Queremos un cantante clásico. Queremos uno más contemporáneo”. Yo reflexionaba: “Oye, ¿qué se necesita? ¿Qué tengo que hacer?”.

Me sentía desanimado y quería abandonar la búsqueda. Entonces apareció Lin-Manuel Miranda.

Me senté entre el público de su primer musical, “In the Heights”, donde vi personajes en el escenario que no solo se parecían a mí, sino que sonaban como yo. Cantaban canciones parecidas a la que escucho a diario. Su jerga era como la mía, su estilo, su forma de caminar. Cantaban sobre cosas que conozco, como la piragua, el hielo raspado, cosas que yo comía. Música salsa, escuché congas. Cosas que me recordaban a mi hogar, cómo crecí.

Me senté con el público y pensé: “Oye, quizá haya un lugar para mí en este mundo, en estas esferas del teatro o del entretenimiento”.

Fue casi como si las palabras de Lin en el escenario me dieran esperanza.

Y más adelante, participé en un espectáculo en Broadway. En “Hamilton”, el musical.

Fue intimidante para mí, porque todos los de ese espectáculo eran de primera categoría, lo mejor de lo mejor en lo que hacemos. Y yo pensaba: “Vaya”, deslumbrado por mis compañeros. No podía creer que había llegado a compartir el escenario con ellos. Qué locura.

Un día estaba en el teatro en una reunión de actores y estaba hablando con Lin, que escribió y protagonizó la obra, y con otros miembros del reparto. Hice una broma.

Y no recuerdo cuál era el chiste, pero me sentí inseguro por la forma en que lo conté. Me juzgué a mí mismo antes de darle la oportunidad a los demás de digerir lo que acababa de decir, o de valorar, o lo que fuese. Me sentencié de inmediato. Dije lo que dije en voz alta como: “Ja, ja, ja, amigos, creo que mi lenguaje es muy del gueto. A veces creo que hablo demasiado como en los barrios bajos. Necesito cambiar mi forma de hablar”.

Lin me miró. Nunca lo olvidaré. Me miró directamente a los ojos y me dijo: “No debes cambiar tu forma de hablar, papá. Solo tienes que asegurarte de que la gente te entienda”.

Lo que dijo vivirá para siempre en mi corazón, en mi mente. Me ha ayudado a tomar decisiones para los trabajos, para lo que voy a hacer después. Fue como un momento de revelación para mí, recordar que no tengo que cambiar lo que soy.

Sus palabras, simplemente estar con él en el descanso del ensayo, me dieron esperanza. Significan mucho para mí. Lo amo y estoy agradecido con él y con su estímulo.

[SONIDO DE PASOS]

Al comienzo de la pandemia, ya sabes, el cierre en marzo. Estaba en mi casa en la ciudad de Nueva York. Estaba un poco… había estado relajándome por demás. Hacía años que no me ejercitaba. Durante años quise convencerme: “Tengo que volver a estar en forma. Tengo que volver a estar en forma”.

Mi prometida entrenaba con un instructor, un caballero llamado Corey Harbison. Ella progresaba a pasos agigantados. Me decía: “Hormiga, te va a encantar Corey. Deberías hacer ejercicio”.

Yo le contestaba: “Ah. Sí, sí, sí. No puedo esperar. Va a ser genial”. Pero seguía dejándolo para después: “Nah. Ya sabes, la próxima vez, la próxima vez”.

Finalmente, tomé la decisión. Dije: “¿Sabes qué? Si hay algún momento para volver a estar en forma, es ahora. Es ahora mismo. Estoy en casa todo el tiempo. No hay excusa para no hacer ejercicio”.

Una mañana, llamamos a Corey y pusimos el teléfono en un lugar donde pudiera vernos a los dos. Era la primera vez que hacía ejercicio en mucho tiempo. Comencé a ejercitar con mi chica. Ni siquiera pasaron 25 minutos en el entrenamiento, y fui al baño mascullando quejas sobre mis iniquidades. Y decía: “Esto es una locura”. Qué vergüenza.

No voy a mentir, estaba un poco desanimado. Pero luego me levanté al día siguiente, y pensé: “Pum, vamos. Vamos.” Seguí adelante. Empezamos tres veces a la semana. Luego pasamos a cuatro veces por semana.

Ese fue el comienzo de la pandemia. Por alguna razón, las pesas y el papel higiénico estaban de moda. Era imposible conseguirlos.

Empezamos con bidones de agua. Teníamos una estera de yoga, encargamos una rueda de abdominales. La conseguimos, pero fue lo único, básicamente. Ya sabes, muy minimalista. Teníamos pocas cosas, pero hicimos funcionara.

Ahora estoy en la mejor forma que he estado en años. La última vez que me ejercité así fue probablemente cuando tenía 20 o 22 años. Ahora tengo 29 y me siento tan fuerte como en aquel entonces.

Fue casi como si mirara hacia arriba y agradeciera: “Oye, Dios, sí que cuidaste a tu chico porque, déjame decirte, este chico era frágil”.

Mentiría si dijera que tengo ganas los días que hago ejercicio. Hay días, más de los que me gustaría, en los que me levanto y digo: “No quiero levantar pesas ahora. No quiero hacer ninguna sentadilla. No quiero hacer nada por ahora. Solo quiero… quiero quedarme en la cama, ¿sabes? Quiero relajarme”.

Era muy duro conmigo mismo. Si no hacía ejercicio durante una hora y media, no era suficiente. Dictaminaba: “Bueno, si no tengo una hora y media para hacer ejercicio, simplemente no lo haré”. Y no, no es así… Incluso si solo tienes 25 minutos, levántate y haz algo.

Cuando dejamos de ser duros con nosotros mismos y nos limitamos a levantarnos y hacer algo, descubrimos que, poco a poco, empezamos a avanzar hacia nuestros objetivos.

Vaya. Llegué a la cima de esta colina. La vista es hermosa.

Vaya, mira el estadio de ahí. Qué locura. Vamos. Lo que es impresionante es que estoy mirando directamente al Dodger Stadium, el estadio del campeón del mundo, los Dodgers.

Es hermoso. Qué locura. Es como si mis mundos colisionaran. Hablé de todas las cosas que pasaron en mi vida y de cómo me metí en el arte, y ahora estoy viendo este estadio, este campo de béisbol que simboliza lo que más significó para mí al principio, que que jugar a la pelota. Y todavía amo el juego.

Es increíble cuando los mundos chocan así. Sí. Vaya. Es realmente especial.

La música es una parte muy importante de mi vida. Así que quería compartir algunas de las canciones que significan mucho para mí.

Hay muchas canciones sobre gente que tiene relaciones de una noche o que dicen: “Conocí a esta persona en el club y la llevé a la cama y bla, bla, bla, bla”, y yo pienso: “Mi vida no es así”.

Llevo casi seis años con mi prometida. Y pienso: “¿Dónde están las letras sobre gente con relaciones estables, que están enamorados?”. Hay que trabajar todos los días en la relación y, ya sabes, se vuelve menos sobre lo físico y más sobre lo mental. Así que escribí una canción sobre eso, hacer el amor, pero el amor verdadero.

Esta canción se llama “Mind Over Matter”.

[MÚSICA – “MIND OVER MATTER” POR ANTHONY RAMOS]

Hay un grupo que me encanta llamado Johnnyswim, Abner y Amanda Ramirez. Me encanta su música. Canté una de sus canciones en un espectáculo que hice una vez y luego un fan nos conectó en Twitter. Ahora somos buenos amigos. A mi prometida y a mí nos fascina este tema y lo cantamos juntos. Esta composición significa mucho para mí, para nosotros, y quería compartirla.

Esta se llama “Take the World”.

[MÚSICA – “TAKE THE WORLD” POR JOHNNYSWIM]

Estuve cavilando: “¿No es interesante que digamos mentirillas todo el tiempo para evitar cosas o para, por ejemplo, no tener que lidiar con alguna situación?”. Quería escribir una canción sobre eso. Pensé: “Es muy interesante que lo hagamos”. Solo soy yo admitiendo que lo hago.

La canción se llama “Little Lies”.

[MÚSICA – “LITTLE LIES” POR ANTHONY RAMOS]

Para mí, estas historias nunca envejecen. Es agradable abrirse y caminar al mismo tiempo, y más con un día hermoso. Es decir, es casi perfecto.

Gracias por tomarse el tiempo de caminar conmigo el día de hoy.