Hora de andar - Hora de andar con Ruby Bridges

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Ruby Bridges: Amo caminar. Amo estar en la naturaleza. Mi nieta siempre dice, “Mami”—me llama Mami—“Mami, siempre que estés incómoda, que las cosas te molesten, debes salir. Ve al parque y, si puedes, sácate los zapatos para sentir el pasto.” Está en lo cierto. Simplemente calma mi espíritu.

[MÚSICA DE ENTRADA]

Sam Sanchez: Es hora de caminar, donde aquellas personas más interesantes e inspiradoras del mundo comparten historias, fotos y canciones influyentes en sus vidas. En el invierno de 1960, Ruby Bridges, una precoz de seis años, ayudó a cambiar la historia de los Estados Unidos. Fue una de las primeras niñas negras en integrar una escuela primaria en el Sur, lo que supuso el inicio de una nueva era en este país dividido. En esta caminata, Ruby reflexiona sobre esa experiencia, cómo llegó a ser defensora de los derechos civiles, y por qué conocer al presidente Barack Obama en la Casa Blanca tuvo un significado inesperado para ambos.

[SONIDO DE CAMINATA]

Ruby Bridges: Ahora estamos en el Parque Audubon, que es uno de los mejores parques aquí en Nueva Orleans.

Dios mío, hay unos enormes robles centenarios. Y solo están barriendo. Todo el musgo que cuelga en ellos, me encanta.

Recuerdo que, de niña, veníamos al parque. Pero solo nos dejaban entrar en ciertas zonas del parque, es decir, a los negros. También recuerdo cuando las leyes cambiaron, y fue muy divertido venir.

“Es tu momento” es un libro que he publicado este año. Tengo varios libros, todos infantiles. Básicamente, se trata de mi historia como una niña de seis años.

Cuando tenía seis años, fui una de seis niños afroamericanos aprobados para entrar a una escuela primaria para blancos. A fin de anular la segregación del sistema escolar público en Luisiana, en Nueva Orleans.

Se eligieron dos escuelas para ser integradas. De esos seis niños, tres fueron asignados a una escuela y tres a la otra. Pero cuando llegó el primer día, dos de esos niños abandonaron. Aquellos dos niños que abandonaron se les asignó ir a la escuela conmigo. Eso significaba que tenía que asistir a la escuela sola.

A los seis años, ya había ido a una escuela solo para negros. Ya sabes, era la ley, y era la escuela normal para mí. Pero después de pasar ese examen, tuve que cambiar de escuela e ir a esta escuela para blancos, William Frantz Elementary.

Mis padres no trataron de explicarme nada para prepararme para lo que estaba a punto de vivir. Lo único que me dijeron fue: “Ruby, vas a ir a una nueva escuela”, y algo como: “Tú debes comportarte”, y eso fue todo. Pero cuando lo piensas en retrospectiva, ahora siendo madre, ya sabes, ¿cómo le explicas a un niño de seis años lo que está a punto de suceder?

El día que entré en el edificio, me escoltaron los alguaciles federales. Ellos, en realidad, fueron enviados por el presidente para escoltarme a diario. Ni sabía por qué estaban allí. Definitivamente eso no era algo que ocurría en mi antigua escuela.

Entonces todos los padres se presentaron al día siguiente, y otros padres de toda la ciudad, y boicotearon la escuela. Gritando, reclamando y lanzando cosas. Ni sabía que vinieron para mantenerme fuera. Ya sabes, parecía como si fuera el Mardi Gras.

No podía entender por qué tenía toda esta atención a mi alrededor solo por ir a esta escuela particular. Pensaba que el examen que realicé y al que dieron tanta importancia significaba que era lo tan inteligente como para dejar el primer grado e ir de frente a la universidad. Por eso llegué a pensar que todos venían a ver a la niña de seis años ir a la universidad.

Eso era lo que me protegía, la inocencia de un niño, sin saber lo que realmente pasaba a mi alrededor.

Y cuando miré dentro del salón, recuerdo que yo solo pensé: “Mi madre me trajo a la escuela muy pronto”, porque allí no había otros niños. Los padres blancos no querían que sus hijos fueran a la escuela con un niño negro. Y muchos profesores dejaron su trabajo. Ellos no querían enseñar a negros.

Cuando conocí a mi maestra me dijo: “Hola, me llamo Miss Henry. Soy tu maestra”. Recuerdo que me sorprendió un poco porque no había visto antes a una maestra blanca.

Y pronto aprendí que era una maestra increíble. Ella y yo nos volvimos mejores amigas. Amé la escuela, y no falté ningún día en el año, y ella tampoco faltó un día. Creo que entendimos que teníamos que estar ahí para el otro.

Había días en los que la mafia traía el ataúd de este pequeño bebé, y ponían esta muñeca negra dentro del ataúd. Aunque me escoltaron los alguaciles federales, no pudieron evitar que lo viera. Y tenía que pasar con el ataúd para entrar en el edificio.

Tenía pesadillas por el ataúd todo el tiempo. Mi madre siempre decía, “Ruby, si alguna vez tienes miedo y yo no estoy contigo, tú sabes que siempre puedes orar”. Y lo hacía, y las pesadillas desaparecían. Así que, a mis seis años, mis oraciones funcionaron. Y hoy funcionan.

Algunos padres blancos cruzaron el mismo piquete. Llevaban a sus hijos a la escuela, pero la directora, que formaba parte de la oposición, se llevaba a esos niños y los escondía para que nunca me vieran, y yo nunca los viera. Mi maestra empezó a ir hacia la directora para decirle: “Estás infringiendo la ley. La ley ha cambiado”. Así que eso les obligó a llevarme a donde estaban los niños.

Recuerdo cuando fui a la habitación donde estaban. Este pequeño niño me miró y él dijo: “Mi madre me dijo que no juegue contigo. Pues eres una n*****”. Y cuando dijo eso, sentí que me quitaba un gran peso de encima porque, en todo el año, había estado tratando de entenderlo.

Eso me hizo darme cuenta de que, “Eso es lo que está pasando. No era la universidad, y no era el Mardi Gras. Es sobre mí y del color de mi piel. Es por eso que esa gente está fuera, y por eso no hay niños aquí. De eso se trata el ataúd”.

Lo que me reconfortó fue la relación que tenía con mi maestra. Cómo hacía que la escuela fuera divertida, y amé aprender. Ella está viva, y nosotras seguimos siendo mejores amigas.

En los últimos 25 años, he viajado por todo el país hablando a los niños sobre mi experiencia como niña de seis años. Creo que, si vamos a superar nuestras diferencias raciales, va a venir de nuestros hijos.

Pero entonces, este año en particular, como todos, sentados en nuestras casas encerrados por el COVID-19, viendo la televisión, 24/7. Y, he aquí, vimos a este hombre perder su vida justo ante nuestros ojos, Sr. Floyd.

Eso fue como la gota que derramó el vaso. Así que escribí un libro, en cierto modo abriendo mi corazón. Quería explicar a los jóvenes que estaba orgullosa de que ellos salieran a la calle. Aunque es duro de ver y duro de observar, duro de formar parte, es algo que tenía que ocurrir porque, incluso en 1960, lo que yo pasé probablemente tenía que ocurrir para que todos los niños pudieran estar juntos en la escuela. Así que nos trajo de un lugar oscuro a uno lleno de luz.

Lo lamentable es que no hemos hecho un buen trabajo para pasar la antorcha y ayudar a los niños a entender que ellos también tienen la responsabilidad de hacer avanzar a este país.

Titulé el libro “This Is Your Time” porque es su tiempo. Es su tiempo. Y creo que lo sabían, o lo saben, más o menos. Todas las protestas nos muestran que son conscientes.

Tenemos que tener la esperanza de que llegaremos a un lugar mejor. Si no, ¿para qué hacemos esto? No debemos ser nunca un pueblo desesperanzado. Esta no va a ser una lucha fácil. Nunca lo es. Pero todos tenemos la responsabilidad de dejar este lugar mejor de lo que lo encontramos.

Alrededor de los 19 años, empecé a intentar averiguar cómo salir de Nueva Orleans y de mi comunidad. Por alguna razón, sabía que había algo mejor en otro lugar.

Acabé siendo agente de viajes durante unos 15 o 16 años, lo que me dio la oportunidad de viajar al exterior. Y creo que eso abrió más mi mente y mi corazón a diferentes personas y lugares.

Y de la nada, yo ya no estaba feliz. A veces estás en un trabajo y sabes que no eres feliz allí, pero no tienes lo necesario para levantarte e irte. Bien, eso es lo que sentí, y luego, de la nada, me despidieron. No podía creerlo.

Luego perdí a mi hermano menor. Fue asesinado. Y tenía cuatro niñas chicas. Acabé llevando a las cuatro niñas a mi casa y me di cuenta de que había muchas cosas que se estaban perdiendo. Aquí estoy lamentándome de mí misma cuando realmente podría estar ayudando de alguna manera.

Cuando los acogí en mi casa, manejaba para llevarlos a la escuela a diario, y eso es lo que me llevó a William Frantz Elementary. Asistían a la escuela en donde estaba.

Allí yo no le dije a nadie quién era. Recuerdo que la directora dijo: “Oh, sé quién eres. Eres Ruby Bridges. ¿Ellas son tus sobrinas?” Y yo dije que sí. Entonces la directora dijo: “Bien, si no estás trabajando y estás buscando, ¿por qué no vienes como voluntaria?”. Y pensé: “Okey, lo haré”.

Creo que mis oraciones fueron respondidas porque había estado orando: “¿Qué se supone que debo hacer ahora?” Así que fui a la escuela que integré y empecé como voluntaria. Creo que eso me puso en el camino de querer trabajar con niños.

En esa época se publicó el primer libro. Los editores me preguntaron si quería promocionar el libro. Dijeron: “Bien, te llevaremos a las escuelas. Queremos que compartas tu historia con los niños y que hagas algo de radio y televisión. No sabía hacer nada de eso, y cuanto más lo hacía, cuanto más compartía mi historia, entendí que era una activista. Incluso cuando estaba cansada y no quería levantarme ni salir a hacerlo, cada que lo hacía, algún niño conectaba conmigo.

Recuerdo un incidente. Hablaba a estudiantes de secundaria, pero era una escuela K-12. Estaba en el auditorio. Estaba en el escenario, y los niños estaban sentados en sus asientos. La luz en mí en el escenario, y oscuro en el auditorio.

Y de la nada, la puerta del auditorio se abrió, y recuerdo que esta luz brilló justo en el centro. Y todo lo que pude ver fue esta pequeña sombra de una niña, y ella simplemente caminó de frente por el medio del auditorio. Dejé de hablar. Todos la miraban a ella. Subió al escenario y se dirigió hacia mí, al micrófono.

Ella dijo: “Hola, ¿eres Ruby?” Y yo dije: “Sí”. Ella dijo: “Soy Katelynn. He sido tu mejor amiga desde que te conocí en el libro”. Y yo dije: “¿Lo has sido?” Y ella dijo: “Sí. Soy tu mejor amiga. No tengo más amigos, solo tú. Quiero un libro, pero no tengo dinero”. Y dije: “Katelynn, soy tu mejor amiga. Así que te tengo un libro. No puedo dártelo ahora, pero en cuanto termine, yo te lo llevaré a tu clase. ¿Okey?”

Después, cuando terminé, la maestra intentó disculparse. Me dije: “Está bien. Háblame de Katelynn. Tengo un libro para ella”. Ella dijo: “Katelynn tiene problemas. Katelynn ha estado sin hogar”. Y Katelynn se veía realmente descuidada. Parecía que no se había peinado y que su ropa estaba sucia. Y me rompió el corazón.

En ese momento, entendí que mi historia estaba resonando con niños que realmente tenían problemas porque entendían la soledad que yo sentía en el aula, y entendían el no tener a alguien como tú.

Hay muchas historias, pero esa fue una que nunca olvidaré. Era un día en el que no me sentía bien y no quería levantarme ni salir a hacerlo, y fue como si el espíritu dijera: “Por eso tienes que hacerlo”. Y de vez en cuando, te lo voy a recordar”.

Fue un recordatorio de mi responsabilidad. Trabajo es trabajo. Vocación es algo diferente. Cuando aceptas una vocación, ya no hay vuelta atrás. Lo creo de todo corazón.

Creo que mi vocación es trabajar con niños, compartir mi historia y ayudarles a entender que el racismo no cabe en sus corazones. Y es cierto.

Todos tenemos un propósito. Algunos entramos en ello, descubrimos lo que es, y otros no. Pero creo que todos tenemos uno. Estoy muy feliz de que, por fin, a los más de 30 años, me haya dado cuenta del mío.

Tenía 17 o 18 años, la primera vez que vi el cuadro de Norman Rockwell. Fue un periodista que vino a Nueva Orleans, quería hacer un reportaje y me lo enseñó. Y él dijo: “¿Eres consciente de que eres tú?”. Y yo dije: “¿Yo? No he visto eso”. Y él dijo: “Sí, es una representación tuya”.

Creo que Norman Rockwell, había estado pintando, haciendo estas hermosas imágenes familiares durante años. Pero en el movimiento por los derechos civiles, sintió que quería hacer una declaración política. Así que hizo cuatro piezas muy políticas. “El problema con el que vivimos”, de mi entrada en la escuela fue uno. En realidad, se publicó en la revista “Look” en 1964.

Recuerdo que cuando lo vi, como nadie hablaba de todo ese proceso de desegregación del que yo era parte, realmente pensé que era algo que acababa de ocurrir en mi comunidad. No podía leer sobre mi propia historia.

No me di cuenta de que formaba parte de un movimiento más grande, que cambió la imagen de la educación en todo el país. Entendí que esto es más importante de lo que la gente quiere que piense. Ese fue un momento “Ajá” para mí.

En un avance rápido, cuando quise conmemorar… mi entrada en la escuela… No puedo recordar bien, pero… uno de esos aniversarios que realmente quería celebrar, Obama estaba en el cargo.

Y no quería hacerlo solo a nivel local, porque cambió la imagen de la educación en todo el país. Además, cruzaba los dedos, esperando poder conocer a Obama.

Así que empecé a escribir cartas y les preguntamos qué pensaban sobre el hecho de colgar el cuadro en la Casa Blanca. Por supuesto, algo así no se había colgado en la Casa Blanca. Y me imaginé que, si iba a ser así, sería en esa administración. En efecto, le entusiasmó y él dijo que sí.

Y me llamaron diciendo: “Está colgado. Ven a verlo”. Y yo estaba, como, emocionada por ir.

Ya estuve allí, en la Casa Blanca, bajo la administración de Clinton, porque recibí la Medalla Presidencial.

Fuimos, y fue una reunión privada. Pensé: “Okey. Bien, esto es genial. Ya he hecho esto antes. No es gran cosa”. Estoy allí, con estas 12 personas alrededor, y la puerta se abre, y Obama entra por la puerta. En ese momento, cuando empieza a caminar hacia mí, todo se fue por la ventana y lo miré, y yo me dije: “Es negro. Hay un hombre negro en la Casa Blanca que es presidente de los Estados Unidos”.

Es totalmente diferente verlo en la televisión. No lo sé. Hasta no estar ahí, y él en esa oficina, no percibes que es real.

Extendí mi mano y dije: “Sr. presidente, es un honor conocerlo”. Él me miró, puso sus manos en las caderas y dijo: “¿Estás bromeando? Recibo un abrazo. No sé tú, pero a mí me das un abrazo”. Él me rodeó con sus brazos y, mientras me abrazaba, me susurró al oído: “No puedo ni empezar a decirte el honor que es el recibirte en la Casa Blanca”.

Y cuando miré toda la sala, aún abrazados, todas esas 12 personas que estaban alrededor empezaron a llorar. Entonces me di cuenta. No se trataba de que nos conozcamos. Se trataba de esos dos momentos en el tiempo y de todo lo que pasó entre nosotros, para que él esté donde está y para que yo llegase de donde he llegado. Y lo vieron. Ese momento fue profundo para mí porque no lo había notado. Estaba feliz por conocerlo y se me fue el significado. Eché de menos los sacrificios que nos permitieron estar en ese lugar y en ese momento.

En ese momento, dijo: “Ven, te mostraré mi oficina”. Y yo dije: “Esperaba que dijeras eso”. Fue como si me tomara de la mano y me llevara por toda su oficina. Me enseñó cosas, y justo fuera de la oficina Oval, en el pasillo al entrar en su oficina, estaba la pintura.

Los dos nos quedamos mirando y recuerdo que le pregunté qué les parecía el cuadro a las chicas. Él me dijo: “Les encuentro de pie mirándolo”. Estoy seguro de que se ponen en tu lugar".

Se volvió y me dijo: “Sabes, es justo decir que, si no hubiera sido por ustedes, talvez no estaría aquí”. Y yo dije: “Todos estamos parados sobre los hombros de alguien más”.

Esta iba a ser una reunión de 20 minutos, y terminamos allí durante una hora. Fue un gran logro en toda mi vida.

Estamos aquí, entre los robles, y uno en particular al que quería venir. Es el Árbol de la Vida.

Ha tenido una gran vida. Solo con mirarlo te das cuenta. Hay un marcador en él, dice algo sobre 1700 y algo. Así que, ¿te imaginas a este árbol enorme, y que simplemente se extiende? Y sus brazos están en el suelo. Es increíble.

Es increíble pensar que lo que estoy viendo ahora empezó como una semilla. Es como un abuelo que extiende sus brazos. El hecho de que esté aquí en el sur, por desgracia, seguro ha tenido alguna fruta extraña. Probablemente tenga muchas historias que contar.

La música, para mí, cuenta historias. Solo los instrumentos, el ritmo, se te mete al alma, provoca risas, produce llantos… Amo la música.

Crecí escuchando a The Meters. Es una banda local de Nueva Orleans del cual fueron parte los Neville Brothers. Es un sonido y ritmo distintivo de Nueva Orleans. Tú escuchabas esa música en el Mardi Gras.

[MÚSICA FADE IN]

The Meters tiene una canción que amo “Cabbage Alley”. En realidad, es Nueva Orleans.

[MÚSICA - “CABBAGE ALLEY” DE THE METERS]

The Impressions con “We’re a Winner” también alegra mi espíritu. Lo escuchas y tienes gran ambiente y ritmo. ¿Quién no quiere ser un ganador?

[MÚSICA - “WE’RE A WINNER” de THE IMPRESSIONS]

Luther Vandross sí que me pone en un espacio espiritual y esperanzador. Nadie puede hacer música como Luther. Y él lo dice muy bien. Eso que el mundo necesita, realmente, es amor. Cuando estoy deprimida, cuento con esa canción para levantarme.

[MÚSICA - “WHAT THE WORLD NEEDS NOW IS LOVE” DE LUTHER VANDROSS]

Espero que mis historias inspiren a otros. Espero que les motive a salir y oler las rosas, a tomarse un tiempo. Sacarse los zapatos y caminar. Poner los pies en el pasto y entender que la vida es buena. Y mi abuela decía, “En la tierra todos los días son buenos”.

Gracias por dedicar tiempo en caminar conmigo hoy.